jueves, julio 22, 2010

Un recibimiento de hermanos

De manera que ya estaba en territorio chileno, haciendo fila para que me sellaran mi ingreso al país austral frente a lo que parecía más los restos de una vieja refinería que oficinas de migración.
Acaso siguiendo el ejemplo de caballerosidad y respeto entre San Martín y O’Higgins, argentinos y chilenos han decidido compartir el mismo edificio. Al ingresar, ves al lado izquierdo las ventanillas de atención argentinas, seis en total, tras las cuales hay una roñosa bandera albiceleste y un mapa didáctico de Argentina. Al lado derecho, las 16 ventanillas de atención chilenas, decoradas con banderines de la estrella solitaria y calcomanías de la Policía de Investigaciones.





Resignados y expectantes, aguardando por una copia en tinta roja del sello de turista, los pasajeros veíamos a una versión gorda y desaliñada de “El Bam Bam” Zamorano insultar de dientes para adentro a los agentes de inmigración chilena. Caminaba en círculos, aprisionando con el brazo el cartapacio de papeles, mirando con enojo a los miembros de la Policía de Investigaciones y mascullando: “Este uevón, este uevón…”
Al rato se le acercó un agente y lo hicieron seguir a una de las ventanillas. Los agentes abrieron el cartapacio, ojearon los papeles y le sellaron el pasaporte. El roñoso Bam Bam había conseguido que le firmaran la salida del país, lo que le cambió el semblante. Pero fue prudente y no celebró el gol, como si se lo hubiera marcado al Colo Colo.
Entre tanto, por entre las filas, como profesores encargados de la disciplina, iban pasando funcionarios de la DNG, oficina del Ministerio de Agricultura, encargada de supervisar el ingreso de semillas, productos agrícolas y de origen animal. Son la mata de la desconfianza. Revisan todas las maletas, incluyendo las de mano, y les exigen a algunos de los pasajeros que destapen sus paquetes.

A un hombre de unos 60 años le rompieron las cajas de alfajores que llevaba a sus familiares. Pese a sus sospechas, los agentes no encontraron ningún alcaloide. Si de algo podían acusar al viejo era de inducir a su familia a la diabetes. Tampoco ofrecieron disculpas, pues de todos se sospecha. Uno nunca sabe dónde se esconde, de qué se disfraza el demonio del narcotráfico.
A un negro que declaró comerciar con sus pinturas, le obligaron a desenrollar las obras que llevaba. No se trataba de apreciación plástica o ñoña curiosidad. Los dos agentes buscaban un ilícito entre cielos sempiternos y míticas fieras. Pero no había nada. Apartaron al negro del grupo y éste explicó que eran sus pinturas e iba de ciudad en ciudad ofreciéndolas. No había motivo para detenerlo, a menos que comerciar arte propio, sin agente ni galería de intermediaria, fuera ilegal.

Una señora que llevaba un producto seco, probablemente un tipo de ají o pimienta, fue multada con US $200 por no declarar el producto e intentar pasarlo. Esto hizo que los agentes fuesen aún más insistentes en que las declaraciones de ingresos de productos o electrodomésticos fueran llenadas cuidadosamente, sin enmendaduras o tachones, y que, por segunda vez, subieran al bus y revisaran toda la silletería.

Una vez los de la DNG terminaron su tarea, nos permitieron volver al bus y continuar el viaje. El primer pueblo en avistar fue Los Andes, fundado en 1791 por el entonces gobernador del Reino de Chile, el irlandés Ambrosio O'Higgins, cuyo único e ilegítimo hijo, a quien mantuvo económicamente pero nunca conoció, sería el principal artífice de la independencia chilena: el general Bernardo O'Higgins.

El chileno sentado a mi lado, a quien seguramente esta historia ya no sorprendía, dormitaba contra el cristal de la ventana, situación que aproveché para cerrar los ojos. Más adelante oí que alguien mencionaba algo sobre Chacabuco. En efecto, pasábamos por el Monumento erigido en conmemoración de aquella batalla, librada en la hacienda Chacabuco, hace 193 años, entre las tropas del ejército de Los Andes y el ejército Realista. Luego avisté tres picos no muy elevados, y en sus faldas, algunas casas y vacas. Por unos minutos todo respondía al mismo nombre: el monumento, el peaje, el puente sobre el río. Hasta que volvieron a desaparecer las creaciones humanas, y otra vez fue todo naturaleza, o lo que hemos hecho de ella.
Quizá transcurrió una hora o un poco más, cuando el bus ingresó a la Región Metropolitana y volvió a hacerse patente la presencia y explotación humanas. El bus se detuvo en el peaje de Chicúreo, población ubicada a 16 kmts de Santiago, donde los niños podrían jugar a las escondidas entre extensos y frondosos viñedos.

Tras 23 horas de viaje y luego de tomar la Autopista Central, flanqueada por ladrilleras, cementeras, industrias petroquímicas y farmacéuticas, habíamos llegado a la ciudad fundada por Pedro de Valdivia en 1541, en honor al santo patrono de España; la ciudad que resistió el ataque de Michimalonco y sus hombres que trataban de recuperar la tierra que un día fue de ellos, la misma que creció desordenadamente y prosperó hasta convertirse en un ejemplo económico para la región, pese a terremotos, epidemias y desbordamientos del río Mapocho. Pese al terror, a la tortura, la desaparición y el exilio cometidos por una dictadura que duró 17 años.
Había llegado a Santiago de Chile.