viernes, septiembre 05, 2008

Bárbara Starke


Con tan sólo 19 años, Bárbara es un evangelio apócrifo del Brit Rock. Todo comenzó cuando su hermana mayor, Úrsula, llevó a casa un disco de Placebo titulado Black Markett Music. Tenía entonces 15 años. Pero no sólo había empezado a cambiar su apreciación musical, sino sobre la vida misma. Hasta ese momento, la adolescencia era una mierda sin sentido, una pecera estrecha, y Bárbara agonizaba fuera del agua.

Estudiaba en el Instituto San Pablo Misionero, colegio confesional y de tradición en Santiago, y uno de los signos de bienestar que le brindaban sus padres. Pero Barbie estaba emperrada en arder en las calderas del infierno. Sus notas eran terribles y cada vez eran más frecuentes sus incursiones, de la mano de una vecina, por zonas disolutas de San Bernardo, donde empleaba las tardes en departir cervezas y piezas de rock con chicos del barrio. O en habitar la soledad con sus dibujos de rostros, hojas de parque, canutos, escenas de cafetín, trigales sin cuervos.

Encerrada en su mundo de formas y texturas, Barbie urgía de una puerta de salida. De repente se abrieron dos: una, por arte de Mefisto y de la mano de Andy, su gran amigo, y la otra, (la de la izquierda), anunciada por los sonidos de Black Markett Music y luego abierta de par en par por una leyenda viviente: David Bowie.

Tales experiencias le llevaron a comprender que los seres humanos suelen emplear la vida en construir mundos simultáneos para sobrevivir a la crudeza del mundo mismo. Opta entonces por ahondar su conocimiento sobre los sonidos del Reino unido (Bowie, Pink Floyd, Sex Pistols, The Clash, Pulp, Blur, Oasis y un extenso etcétera) y por establecer si el arte del dibujo se enseña, mientras arrastra lo mejor que puede la cruz de la secundaria.

Además de dibujar, Bárbara pasa horas escribiendo, pero siente que su literatura es un asco. Como Capote cuenta con un rígido látigo para autoflagelarse, pero su don parece estar más en la complicidad que en la autoría. Con su hermana fundan El Ático, una excusa para llevar el arte, o al menos su inusual aroma, a todos los rincones de Santiago. Úrsula escribe el manifiesto de fundación del colectivo artístico, y Barbie se encarga de los detalles de la publicación de su principal y único medio de difusión, La gaceta de los Muertos.

Durante seis meses, las hermanitas Starke son felices en El Ático, sacando a la luz cosas viejas, objetos muertos que cobraban vida al ser compartidos con otros. Hasta que alguien clausuró la puerta de acceso y refundió la llave.

Pero los días en El Ático la convencen de su verdadera vocación: el diseño gráfico. Al mismo tiempo descubre que en Chile no se lo toman muy en serio, y los que así lo hacen, cobran muy caro por su enseñanza. Decide entonces, como Marco, viajar a Argentina y matricularse en la UBA.

Al llegar, teme encontrarse con otra pecera estrecha, pero Buenos Aires le calza a su ánimo, justamente por su carácter de metrópoli: grandes edificios, ruido a montón, mucha, muchísima gente. Le agrada la diversidad que ofrece, producto de los flujos de migración permanentes, y que se acceda al arte con la misma facilidad y retrasos que al subte.

Así mismo, Buenos Aires es la primera escala de su principal propósito en la vida, que no es otro que convertirse en una diseñadora gráfica con huella. Conseguir que sus dibujos muevan algo, al menos un diván, en esta pudrición de mundo en el que vive. Después espera cruzar el charco para continuar el cultivo de su arte. Y una vez en Europa, lo primero que se ha prometido hacer es llamar a David Bowie desde una cabina telefónica de Manchester.

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